Hoy día el diagnóstico de niños y niñas con TDAH constituye un fenómeno muy generalizado en países desarrollados. Se trata de una verdadera “epidemia”, tal como lo demuestran las cifras cada vez más altas de venta de medicamentos administrados para su tratamiento.
Sin embargo, cada vez hay más profesionales que denuncian que el denominado Trastorno de Atención con Hiperactividad es un constructo, es decir, una hipótesis de trabajo de difícil definición, que no cuenta con bases científicamente fundadas y, en consecuencia, mucho menos se justifica como diagnóstico para la prescripción de sustancias psicotrópicas.
En cualquier caso sería conveniente tener presente el informe que emitió en 2010 el Comité de Derechos del Niño de la Organización de Naciones Unidas, en el que manifestó expresamente su preocupación por la hipermedicación a la que se estaba sometiendo a los niños españoles en edad escolar.
Y esto es así porque, en realidad, el TDAH se ha convertido en un cajón de sastre donde se mete a todos aquellos niños que tienen problemas para aprender y que, por lo tanto, se muestran inquietos y distraídos, sin tener en cuenta que detrás puede haber situaciones estresantes. Pocas veces se tiene en cuenta que detrás de la dificultad de algunos niños para concentrarse o para controlar su impulsividad puede haber situaciones tales como divorcio, emigración, violencia doméstica, período de adaptación tras una adopción, etc., e incluso, simplemente, la vorágine de la vida actual.
Muchas veces, al no poder gestionar adecuadamente la angustia que estas situaciones les provocan se muestran desatentos y desmotivados, o las descargan compulsivamente y es entonces su cuerpo el que habla por ellos.
En el caso de menores adoptados hay que tener en cuenta una serie de circunstancias antes de diagnosticar un trastorno como el TDAH. En primer lugar, hay que tomar en consideración que la institucionalización produce, dependiendo de la duración y la calidad del tiempo de permanencia en el orfanato, dificultades en la autorregulación de la conducta, que se puede traducir en precipitación, impulsividad, dificultades para esperar turnos, conductas agresivas, falta de hábitos sociales, etc.
También hay que tener en cuenta que la adaptación tras la adopción es un proceso complejo, en el que, a veces, se puede sentir desorientado, inquieto, excitado, pudiéndose mostrar incluso provocativo.
Se puede tratar también de situaciones de duelo no resueltos en relación a su familia biológica, su lengua o su cultura de origen, problemas de vinculación con su nueva familia, miedo a un nuevo abandono, etc. que pueden manifestarse a través de conductas disruptivas, problemas de atención, conflictividad con las figuras de autoridad, etc.
Por estas y otras muchas razones, antes de patologizar al menor, conviene orientar a la familia y darle recursos para enfrentar estas situaciones que pueden estar desbordando al niño/a.
También sería importante hacer un abordaje de los problemas de conducta desde un punto de vista cognitivo y no a través de un programa basado en el principio de recompensas y castigos, ya que a estos niños no les falta motivación para controlar sus impulsos, sino la habilidad para hacerlo. El abordaje cognitivo parte de la base de que el niño no se porta bien porque no puede, con lo cual la solución se centra en capacitarlo para que lo consiga, en vez de castigarlo por no conseguirlo.
También nos deberíamos preguntar cómo influye en los problemas de aprendizaje el vértigo de la vida cotidiana que nosotros mismos como sociedad estamos propiciando, porque el niño no es el único actor en el proceso de aprender.
Padres y madres desbordados por la dificultad de conciliar la vida familiar y laboral; niños y niñas a cargo de múltiples cuidadores con criterios educativos diferentes; profesores superados por alumnos que no respetan su autoridad; un medio ambiente en el que la palabra ha ido perdiendo valor frente a estímulos visuales de tiempos breves y rápidos a los que los niños se van habituando desde muy pequeños con los video-juegos, los ordenadores, la televisión, etc., donde los mensajes suelen durar unos segundos, mientras que en la escuela la actividad está centrada en la escritura y la lectura, que requieren tiempos lentos y pausados.
Todos estos hechos no son ajenos al aumento de niñas y niños inquietos, desatentos y desmotivados, por lo que antes de patologizarlos con un diagnóstico de TDAH habría que plantearse si algunas de estas circunstancias no están detrás de sus comportamientos.